sexta-feira, 19 de outubro de 2007
Bo-bo-chini
"¿Cómo explicarlo? Era Woody Allen jugando al fútbol: un cuerpo insuficiente para cualquier cosa, una cara adecuada para el fracaso, un talento punzante, veloz, inmenso. Era como ese ladrón que ausculta la imposible caja fuerte mientras sus dedos le sacan el secreto a la clave; hasta que de pronto... clic. Sí, señor; un balón jugado por él abría todos los candados defensivos. Le bastaba un toque: clic.
Se llama Ricardo Bochini, alias el Bocha, y dejó el fútbol a principios de los noventa, con treinta y siete años de edad. Mide 168 centímetros y pesa 67 kilos. Su cabeza es como una cancha de pueblo, pelada en el centro; su tronco, de plastilina, y sus piernas, de alambre. Clara demonstración de que en el fútbol el aspecto no hace al ídolo.
Jugaba con el número 10, número que arrastra la sospecha, en este caso confirmada de ser poco trabajador; su pierna era la derecha, pero nunca supo pegarle a la pelota; a lo sumo, la empujaba. Cabecear, tampoco, porque tenía cuatro pelos y no era cuestión de ponerlos en peligro. A entrenar no iba mucho, y cuando se decidía, llegaba tarde. No se apresuren a juzgarlo: era un genio que usaba la cabeza para pensar milagros, el pie derecho para hacerlos y el cuerpo para contarles mentiras a los rivales. Aun así, ¿cómo explicarle su grandeza a un europeo?
Él era la síntesis del conjunto de vicios y valores más característicos del jugador argentino, quien supo condensar una filosofía popular que prestigia la técnica y la creatividad al tiempo que condena el sacrificio. Cierta vez le preguntaron por Johan Cruyff, y su respuesta fue casi una definición: 'Corre mucho, pero juega bien'. Siempre le pareció una contradicción, además de una extravagancia, que alguien dotado para jugar bien se pusiera a sudar. El Bocha nunca vio la necesidad, francamente."
(Jorge Valdano, "El miedo escénico y otras hierbas")
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